jueves, 10 de julio de 2008

de noche

salí y ya era tarde. lo bastante para que Brenda bostezara a cada pausa. las horas se nos fueron hablando de trabajo, emociones mal encaminadas y galletas de avena pero lo que me urgía era llegar a casa, mientras fragmentos de una danza ajena daban de vueltas, atoradas en lo más próximo de mi consciente. comprobé de nuevo que, cuando llueve aquí, el agua no para.

cuatro pisos abajo y con la bicicleta lista, tomé la ruta acostumbrada a la inversa, esquivando charcos para no mojarme de más. escurriendo y en partes inundadas, las calles sumidas en húmedo silencio, salvo por los escasos coches que iban sin prisa. también yo, en parte porque venía escuchando mi regalo. la lloroncita no es precisamente la canción que escucharía en un momento así; pero no iba a fiarme tan sólo por el nombre. total, no sabía de qué va y encima, presentí un algo jocoso en todo el asunto...

el caso está en que escuché y yo, a vuelta de rueda, consumiendo cada una de las palabras, le di menos importancia al agua oscura y ominosa, estrofa a estrofa. y fue que en su naturaleza gris y evocativa encontré el tibio esboze que me había hecho falta a lo largo del día. los versos francos devolvieron el asombro por mi lengua materna y la obviedad de mi elaborada torpeza cada que con ella me encuentro. la pieza terminó después de hablar de tierra, lágrimas y amores, no sin conjurar imágenes ajenas de candor hundido y silente.


no me quedó otra mas que cantar.
y por mi regalo, a ti, gracias.

guadalajara, jalisco.
9 de julio, 1:44 am